El joven occidental sufre obviamente de una pérdida de apoyo comunitario. Estos años de transición, mientras se deja la niñez y se ingresa a la adultez, son fundamentales. Los niños están dotados con la capacidad natural para infundir vida con su encanto propio. Simplemente es suficiente para un niño mirar alrededor y ver la creación de Dios para creer, de todo corazón, en un Creador, en una realidad trascendental. Pero a medida que crecemos, ya no somos suficientemente puros de corazón para depender sólo de la creación de Dios para esta revitalización espiritual. Necesitamos una relación con el Creador Mismo. Es difícil tener una relación con Dios, a menos que lo conozcamos.
En una comunidad creyente y próspera, este salto de niñez a adultez será considerablemente suave, pues se nos será transmitida la guía segura, recibiremos tutoría constante y sólida, conoceremos nuestro objetivo y las instrucciones para alcanzarlo. En realidad, nuestras comunidades están muertas y entonces caemos, tal como el resto de los hombres modernos. Caemos de las alturas mágicas del mundo encantado de nuestra infancia a los abismos sombríos de la indigencia del alma adormecida y la amnesia espiritual.
Padres que no parecen
Aunque he descrito (creo que correctamente, si no es que depresivamente) el estado espiritual y emocional de los jóvenes en occidente, aún no he discutido los problemas específicos que ellos (nosotros) enfrentamos por encima de ello. Lo que he dicho antes era sólo el contexto, una forma de poner las cosas en perspectiva, para ayudarnos a entender realmente la gravedad de nuestros problemas actuales. En términos generales, no lidiamos con los problemas en el vacío. Siempre hay un contexto y nuestro contexto es muy malo. Una persona entrevistada en relación a los problemas que enfrenta al crecer en occidente tiene esto qué decir: “¡Qué pregunta realmente deprimente!” Otra simplemente dice: “Lo que no es un problema puede ser una mejor pregunta.”
Comentarios aparte, la mayoría de los jóvenes entrevistados habló del papel que juegan los padres (o mejor dicho, que no juegan) en agravar su situación desesperada. Ellos expresaron frustración respecto a que sus padres no parecen siquiera saber cuál es su papel como padres, mucho menos cómo llevarlo a cabo con eficacia. Estos padres, dicen sus hijos que crecen rápidamente, se enfocaron predominantemente en la estabilidad financiera de sus familias, dejando de lado las necesidades emocionales de sus hijos.
Muchos jóvenes confesaron que sus padres estaban demasiado ocupados trabajando en sus asuntos personales o maritales como para tomarse el tiempo de enfocarse en los problemas de sus hijos. Ellos dijeron que sus padres no entendían sus experiencias y, por lo tanto, no podían ayudar a sus hijos a superar sus numerosos desafíos.
El entrevistado ocasional fue más difícil con los jóvenes que con los adultos. Estos pocos dijeron que los adultos jóvenes necesitan empezar a darse cuenta de que no lo saben todo, que sus padres y otros adultos realmente saben más que los jóvenes. Sí, ellos admiten, muchos adultos son difíciles de manejar y no son tan comprensibles como deberían ser, pero esto no cambia los hechos. Los jóvenes deben ser mucho más receptivos con los adultos que los rodean y escucharlos, o eso dijeron estos entrevistados. Ellos dijeron, por impactante que parezca, que pueden de hecho aprender de aquellos que han vivido más que ellos.
Desde la perspectiva de los padres, sin embargo, parece que hay una atmósfera general de desesperanza, una rendición a la situación sombría ante ellos. Los padres sienten que no encajan con la sociedad en general y con los medios —ambos de los cuales socavan la autoridad parental así como muchos (si no todos) valores islámicos. Ellos ven a sus hijos siendo absorbidos por la cultura de la sociedad predominante y no pueden dejar de notar el rápido agotamiento de autoridad que tienen para dirigir las opciones y estilos de vida de sus hijos. Para empeorar las cosas, estos padres se sienten incapaces de acudir a sus propios padres o experiencias en busca de ayuda, debido a la gran diferencia de experiencias. Sus propios padres y la generación de los ancianos no tenían necesidad de preocuparse por una sociedad que socavara el Islam con tanta audacia.
A ambos lados de la relación padre-hijo hay una grave falta de comprensión y simpatía. Nunca se les enseña a hablar entre sí, en su mayoría tratan te ignorar los (muchos) elefantes en la habitación. Y cuanto tratan de hablar, generalmente terminan en una pequeña explosión. Tanto los padres como sus hijos adultos necesitan tomarse un respiro y aprender a escucharse uno al otro, dejar de estar a la defensiva, trabajar juntos. Es vital que los hijos en la relación se imbuyan a sí mismos confianza hacia sus padres. Sus padres no tratan de lastimarlos, tratan de ayudarlos (nota del autor: Aquí en realidad estoy hablando para mí mismo —pero no estoy seguro si tomaré mi propio consejo por ahora).
La escuela es para tontos
Al no ser ya el hogar un lugar de refugio (esto es en sí mismo una evidencia sólida de que nos hemos hecho completamente modernos), los jóvenes han recorrido otros caminos para obtener información sobre la guía y dirección de la que han escuchado, pero no han experimentado nunca, del Corán y la Sunnah. Para abreviar una larga historia, ellos no la encuentran. Lo que encontraron fue que existe una gran brecha entre ellos y los mayores. El resultado de esto es que muchos de estos jóvenes sienten una gran confusión en todo el espectro de la etiqueta Islámica, que va desde las cuestiones financieras y lo que es halal, hasta la aceptación de la música y cómo manejar la interacción hombre-mujer: qué es apropiado, qué cruza la línea, cuándo decir sí, cuándo decir no, cuándo decir basta, cuándo decir sigue. En pocas palabras, ellos simplemente no saben.